Consejo de centenaria para jóvenes: «Estudiad y cultivad vuestra inteligencia, porque lo que sabes no te lo puede quitar nadie»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

MONTEDERRAMO

Olimpia, en el centro, rodeada de su hijo, sus nietos y su nuera, en los vinos de Ourense
Olimpia, en el centro, rodeada de su hijo, sus nietos y su nuera, en los vinos de Ourense Miguel Villar

La ourensana Olimpia González cumplió 100 años rodeada de los suyos y no dudó en salir a celebrarlo en la zona de vinos

19 abr 2024 . Actualizado a las 19:44 h.

Olimpia González acaba de cumplir 100 años y lo ha celebrado tal y como ella quería: con una cena en los vinos de Ourense rodeada de su familia. «Son lo más importante que tengo y para mí es fundamental cuidarles y disfrutar del tiempo con ellos», admitía, sentada en la cabecera de la mesa, en la terraza del restaurante Tizar, en la plaza de Santa Eufemia. Olimpia compartió velada con sus nietos, Borja y Laura, y el novio de esta, Iago. También estaba su hijo, Juan Carlos Vázquez, y su nuera, Esperanza Vázquez. Le llevaron por sorpresa una banda de cumpleaños, que lució orgullosa, y en la mesa no faltó un ramo de flores, el regalo preferido de la recién estrenada centenaria. «Me siento muy bien, feliz de poder compartir este día con las personas que más quiero», afirmaba. Y es que la cena fue solo el broche final de un aniversario de lo más animado. «Por la mañana fuimos de café a una terracita y nos pasamos allí horas. Luego fuimos a comer por ahí y no te puedes imaginar cuánto comimos. Estaba todo buenísimo», apuntaba.

Nació en Montederramo el 18 de abril de 1924 y dice que su vida ha sido muy bonita, pero también muy costosa. «He tenido que trabajar mucho, especialmente en el campo y de modista», recuerda. Con 21 años, se fue a Barcelona para ayudar en la casa de su hermano y su cuñada. Allí se sacó el título de Corte y Confección. Regresó ocho años después. Aquí la esperaba el que en 1953 se convertiría en su marido, Juan Vázquez Lamelas. «El día antes de irme a Barcelona estuve hablando con él. Cuando volví a Montederramo, me lo crucé y me reconoció. Me dijo que llevaba ocho años esperándome y entre broma y broma nos enamoramos», confiesa.

Olimpia se casó a los 29 y fue madre a los 38, porque entre una cosa y otra se fue a Venezuela a trabajar. «Mi marido no podía venir, así que allí fui sola a buscarme el pan. Recuerdo especialmente el viaje, que fue de 18 días en barco», comenta. Volvió a Montederramo en 1959 y montó su propio taller de confección, en el que dio clase a muchísimas chicas de la provincia. «Todas las que querían aprender a coser, pasaban por mi obrador», dice.

En el 62 tuvo a Juan y dos décadas después se quedó viuda. «Desde entonces ha vivido siempre conmigo. Primero en Santiago, donde yo estaba estudiando, y luego ya en Ourense», cuenta el hijo de Olimpia. «Para nosotros es una fortuna habernos criado con nuestra abuela. Es una mujer alegre, muy positiva y siempre dispuesta a ayudar a todos los que la rodeamos. Es, sin duda, un ejemplo para nosotros», confiesa su nieta Laura. «Yo recuerdo con muchísimo cariño cuando era pequeño y ella me llevaba a la guardería, al parque y hasta con sus amigas a tomar café», añade Borja.

Olimpia es una mujer moderna y divertida, que sigue disfrutando de todo como si fuese una niña. «Es una adelantada a su tiempo, humilde, valiente y con un corazón de oro. Tiene la capacidad de adaptarse a todos los cambios y es un orgullo llamarla mamá», admite su hijo. Olimpia ha dejado el ganchillo, porque la vista y la espalda no son sus puntos fuertes, pero nadie le quita su visita diaria a la cafetería o las escapadas a la playa. «Me encanta el mar y, cuando hace bueno, me pongo el bañador y me planto en la arena, que hay que lucir cuerpo mientras se pueda», bromea. Dice que lo que más hace es galbanear, una expresión que significa disfrutar de no trabajar. «Y descansar», añade. Siempre cerquita de los suyos.

A las nuevas generaciones, Olimpia les recomienda que estudien. «Que se formen y que cultiven su inteligencia, porque todo lo que sabes, no te lo puede quitar nadie, y además el conocimiento y el talento te llevan al éxito y te ahorran mucho trabajo», asegura.

Mira a sus nietos con dulzura y admiración. «Son mi mayor tesoro», afirma. Y sigue repitiéndoles lo mismo desde que eran pequeños. «Quiero que sean buenos siempre, que no hagan daño a nadie y que respeten a todas las personas con las que se encuentren. Que estén atentos y aprendan de todo lo que se les presenta en la vida», concluye, orgullosa y radiante de felicidad. Por fin cumple cien años y solo está deseando disfrutar de todos los días que le queden.